Escritos Sobre Arte Mexicano
Jean Charlot

Editado por Peter Morse y John Charlot

© 1991--2000
Peter Morse y John Charlot

Notas Bibliográficas
Índice


 

Aguatintas de Lola Cueto

En nuestros días el arte está limitado a un terreno dizque estético so pretexto de colocarlo sobre un elevado pedestal, pero quizá también por un oscuro temor subconsciente de los peligros inherentes a su contagio. En tiempos antiguos, el arte, y muy especialmente el arte gráfico, era elemento aceptado de nuestras vidas cotidianas. El grabado al buril, el grabado en madera, fueron medios comunes y corrientes de ilustrar libros y multiplicar imágenes piadosas. El arte valía porque era el mejor medio de servir al pueblo, pues multiplicaba goces estéticos y proporcionaba conocimientos útiles.

En medio de tal derroche de sentido común, el aguafuerte, cuya delicadeza no le permitía resistir la repetida presión del tórculo, necesaria para sacar a la luz una edición comercial, desempeñaba, haciendo gala de esa su propia delicadeza, un papel aristocrático. Gracias a esta debilidad, que se trasmuta en virtud, el aguafuerte llega a convertirse en el dinosaurio de museos y colecciones. Su circulación se rarifica en la medida del reducido número de las pruebas, las cuales, por otra parte, ya de por sí contadas, desaparecen en los portafolios de los coleccionistas y sólo ven la luz en muy escasas ocasiones, bien sea porque el egoísta poseedor quiera gozar de ellas a solas o por la vanidad de lucir la prueba única, el estado avant la lettre y otras rarezas chinescas ante los colegas envidiosos que pecan de la misma afición.

Por cierto que este destino del aguafuerte, a la vez elegante y un poco triste, implica en sí la necesidad de que el aguafortista no se atreva a ofrecer sino asuntos de arte puro o de técnica pura al público muy especial que se interesa en su producción. Sobran en este reinado del aguafuerte puestas de sol, albas y neblinas cuyos efectos exquisitos son más bien el resultado del entintado caprichoso y no el propósito deliberado del artista.

El hecho de que Lola Cueto haya escogido esta técnica para ilustrar su delicioso álbum de títeres mexicanos es prueba del punto de vista enteramente nuevo a través del cual contempla el impresionante panorama de la tradición y de la historia del arte. Los teólogos de antaño solían asignar un ángel guardián a cada nación, y si también existiese un ángel guardián para cada técnica, no hay duda de que este ángel guardián del aguafuerte, confabulado durante siglos con artistas que tenían demasiada conciencia de serlo, familiarizado hasta el hastío con las artimañas de los vendedores y de los coleccionistas enamorados de rarezas y no de belleza, encarcelado dentro de un mundo restringido a lo exquisito, tal ángel, al conocer esta serie de aguafuertes, tan sabias como inocentes, lanzaría un suspiro de alegría tan sincero como el de la Bella Durmiente despertada por el beso del héroe.

Estos grabados llegan al arte con tanta mayor seguridad pues no fueron concebidos con la pretensión de hacer arte, sino más bien de traducir al metal, de un modo respetuoso y fiel, estas construcciones de trapo, de hilo, de barro, de alambre y de cartón; estas estatuillas cuya materia se cotiza en centavos, cuyo estilo no ha sido nunca catalogado en las historias del arte, cuyo destino no es el de ir a dar de cabeza en algún museo al terminar sus días útiles, sino el de morirse, desintegrarse como ser viviente. El muñeco, animado como lo somos nosotros, tampoco está constituido para vencer a los siglos y sus disparatados componentes no son más duraderos que nuestra carne y huesos.

La línea que la artista ahueca en el metal se desliza, de tan fina, como tela de araña y como una araña también la artista teje, valiéndose de tan sutil medio, cosas paradójicamente fuertes. Sus modelos adquieren redondez y sus volúmenes giran en el espacio. Quizá por el respeto con que Lola trata sus humildes modelos, los títeres adquieren dignidad de estatuas; los concebimos de tamaño heroico y es lo cierto que si así fuera muchos harían mejor papel, erguidos sobre los pedestales de nuestras plazas públicas, que algunos mármoles y bronces que hoy las exornan.

Tanto describe por sí sola la tenue línea de Lola Cueto--forma, volumen y hasta veleidades de movimiento--que el papel del aguatinta superpuesta a la línea se limita más bien a sugerir el color o, por mejor decir, los colorines, sin los cuales el muñeco sólo sería una estatua, sin llegar a la dignidad de ser viviente. Los grises del aguatinta en los escaños medios de la escala de Jacob, que va del negro al blanco, están tan finamente escogidos que producen en la retina sensaciones de contrastes tan extremados como sucede entre un verde limón y un magenta de anilina.

Para los ojos que rehusan al gris tales propiedades mágicas, Lola introduce colores de verdad. Unas láminas están impresas a colores; y en el caso del pelele prehispánico, ¡qué bien capta el ocre rojo la textura del barro acariciado al nacer por pequeñas manos color de canela y más tarde madurado y afinado por los siglos que permaneció bajo la tierra!

En otros casos, inmune a la opinión de los inteligentes, según la cual cada técnica debe aislarse en su propia torre de marfil, Lola añade a mano unos toques de color cuyos vivos matices emulan aquellos de los folletos populares que solía distribuir don Antonio Vanegas Arroyo. Tales toques intensifican el espíritu alegre del juguete a la vez que depuran todavía más estas deliciosas láminas del último residuo del arte por el arte.

Como en sus bordados, como en sus papeles recortados, la personalidad de Lola Cueto se da libre juego en estos grabados, aunque dotada de tan cabal salud que suele enorgullecerse más de ser creadora que de ser única. Por cierto, el aficionado típico del aguafuerte quedaría desorientado delante de tanta sencillez, pero en cambio un público carente de prejuicios encontraría fácil acceso a lo que es más difícil de inducir a través del arte, que lo anormal. He mencionado este espíritu infantil y sabio, inocente e irónico, cínico y amoroso de Guignol.

 

Los Papeles "Picados" de Lola Cueto

Galo Galecio, Grabador Ecuatoriano

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