Escritos Sobre Arte Mexicano |
Los Papeles "Picados" de Lola Cueto
Desde que Lao-Tsé aseveró que el cubo al cual convergen los rayos es la parte más importante de la rueda, ha habido una filosofía del vacío que ha proclamado que no sólo por adición, sino también con frecuencia por substracción, seres y cosas mejoran. Los pedazos de roca que se arrancan al bloque virgen son a los que convierten en estatua; Diógenes se enriquece cuando arroja lejos de sí su escudilla de madera. Esta noción coincide ajustadamente con los más del artista mexicano, en un país donde los usos del arte son tan extensos y variados como los usos del pan, donde el arte no es el privilegio de los menos, sino antes bien el derecho ingénito de los más.
Pese a que sólo a unos cuantos les está dado el poder ofrecerse el lujo de trabajar con materiales costosos, la mayoría sabe no obstante que la calidad de la obra de arte no depende de la naturaleza del material que se emplea para hacerla. ¡Qué material más humilde que el papel, y que lo es todavía más si se sustrae algo de él, y sin embargo qué esplendor en el resultado obtenido!
Todo artista de veras encuentra recreación y deleite en hacer arte. Eso y nada más. Para él, todo lo que viene aparejado a la obra de arte, como su permanencia y durabilidad, la apreciación y el juicio que de ella formen las generaciones venideras, el entronizamiento de su obra en la sala de un museo, son cosas dignas de desearse y que está bien que así sean, pero que no tienen nexo alguno con la creación artística, con el único lujo que él puede permitirse: hacer arte, que a su vez podemos definir como una colaboración del artista con el material con el cual la obra se realiza, y su dominio. Por eso, la naturaleza deleznable del papel, su fragilidad, no son más fáciles de domeñar que la dureza del mármol. Quizá haya sido la pequeña medida de sangre asiática mezclada a la sangre del indio la que tuvo la culpa de que el artista nativo hubiese querido probar la destreza de sus manos en el papel, de igual suerte que el guerrero persa probó el filo de su cimitarra en las plumas flotantes en el aire. Oriental e indoamericana es también la comprensión resignada del tiempo, que quiere esté carente de eternidad, por lo cual atribuye el mismo valor efímero a un arte destinado a durar siglos que al que sólo durará un día.
Los códices han conservado los rasgos esenciales y las características de las artes perecederas prehispánicas. Para que luciese tan sólo un día como si sólo se tratase de un precioso tocado, los antiguos teñían el amatl o papel hecho con las fibras de maguey y lo recortaban en primorosas guías y orlas para adorno del palacio o del templo en las festividades sociales o en las solemnidades religiosas.
Llegan los días del coloniaje y el papel rivaliza con el encaje en el ornato de los templos y altares. Despojados y empobrecidos por la Conquista, los indios dejan de labrar el oro y de hacer la preciosa labor con plumas de quetzal; ahora sus manos se vuelven para siempre hacia el humilde papel, que trabajan con igual e incomparable maestría.
En nuestros días el papel ocupa un lugar importante en las artes populares. Sobreviven aún vestigios de la era prehispánica y todavía en algunos pueblecillos se fabrica el papel con las fibras de las plantas que crecen en los alrededores--y cuya tradición no se ha perdido--aunque ahora su uso está limitado a brujerías y encantamientos agrarios. Se entierran en el suelo las siluetas de papel recortado de los dioses a fin de asegurar la fertilidad de la tierra. Papeles "picados" también exornan la pulquería el día del estreno o cuelgan en guías y cadenas, de trecho en trecho y de casa en casa, llenando el aire de todo un pueblo, los días en que se celebra la visita de alguna imagen venerada o, sencillamente, la visita de algún político.
Los papeles "picados" de Lola Cueto son la genuina quintaesencia de este arte antiquísimo y remoto, conforme la tradición lo ha ido convirtiendo en un arte popular. Paradójicamente, este mosaico colorido de papeles de colores expresa con solidez las costumbres del pueblo mexicano. Las severas imágenes religiosas, la devota arrodillada a los pies de un Cristo chorreando sangre, tiene reminiscencias de los bajorrelieves mayas que presentan a los adoradores paganos en el ejercicio de sus ritos sangrientos. Hace tiempo ya que las rígidas vírgenes hieráticas consumaron la transición a las estatuas religiosas de los antiguos teocalli.
Lola Cueto tiene una profunda comprensión de cada medio que usa y sabe sacar de él el mejor provecho; así, por ejemplo, cuando transporta a la técnica de los papeles "picados" los pájaros estilizados que anidan en las lacas de Michoacán o los grabados populares de Posada, tan distintos y variados, desde el grotesco turista cuya sombrilla es inútil arma de defensa contra el embravecido toro mexicano hasta los truculentos y sensacionales dramas de muertes y calaveras que enseñan los dientes y machetes y corazones desnudos.
Fue la de sus tapices--que compite en esplendor y riqueza con los vitrales de las catedrales góticas--la última y más reciente exposición de Lola Cueto. Ahora esta artista genial y diversa se vuelve hacia el humilde papel de china y nos ofrece algo nuevo y refrescante, como lo es un vaso de agua después de haber gustado licores exquisitos. Sus papeles, tan ligeros de peso como cargados de tradición, conservan cierto encanto infantil, tanto más exquisito porque evitan la perdurabilidad que raramente merecen los mármoles y los bronces.
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