Escritos Sobre Arte Mexicano |
Galo Galecio, Grabador Ecuatoriano
Personas bien intencionadas, algo interesadas en hacer surgir una dictadura del gusto, han pretendido imponer sobre las artes plásticas una jerarquía bien definida, una especie de escala de Jacob en la cual la pintura al óleo merece sentarse en los escalones superiores como resplendente arcángel y en cambio algunas formas y medios casi no llegan a pisar ni el escalón más inferior, como sucede con éste, intocable entre las artes, bautizado con desprecio, "arte popular". Entre la tierra y el cielo, balanceado precariamente en un escalón mediano, aparece esta especie de pariente pobre de las bellas artes llamadas artes gráficas.
Es evidente que tal jerarquía, en su afán de definir las artes como si se trataba de clases sociales en un medio subfeudal, se olvida del hecho de que cualquier válida definición y separación de los géneros entre grandes y chicos, entre lo genial y lo meramente decorativo, debe tomar en cuenta que ¡la técnica no es el fin, sino un modo de esparcir valores humanos tan indispensables para una vida bien integrada como lo es el mismo pan!
Si se trata de medir el arte por su aporte práctico, por su éxito en contactar y en enriquecer al más grande número de vidas humanas, las artes gráficas, basadas por definición en el principio de multiplicación y de difusión, encabezan la lista. Por cierto, el artista que escoge el medio gráfico en preferencia a la pintura de caballete tiene que combatir prejuicios erróneos. Aunque su decisión de ser grabador esté basada en los más nobles motivos--huir del arte meramente subjetivo y narcisista de la torre de marfil, anhelar el ser oído más bien por los muchos que por una pequeña capilla de dilettanti--, el artista verá su obra despreciada por amateurs enamorados de la rareza más bien que de la belleza. Habrá una confusión de términos, ¡como si la pequeñez de la superficie trabajada por el buril implicara alguna pequeñez de espíritu! ¡Como si la rendición y duplicación del mundo fuese más fácil con las severas limitaciones de blanco y negro de la madera entintada que con los recursos casi ilimitados de la paleta moderna, enriquecida ad infinitum por la química moderna, más mágica que una alquimia!
Galo Galecio es uno de los artistas más penetrados por la misión humanista del arte y por la responsabilidad inherente en su don estético: Galecio tiene el temperamento fino y la mano hábil, bien dotados para producir un arte esotérico acreedor de las alabanzas de los pocos que suelen llamarse a sí mismos "inteligentes". Pero Galecio tiene también una conciencia lo bastante desarrollada para medir lo incompleto de tales alabanzas y la poca satisfacción implícita en la aceptación de una obra por algunos pocos. Y Galecio no es tan despreocupado o tan preocupado por problemas técnicos y estéticos que no se sienta hermano de tantos otros hombres cuyo instinto estético nunca ha podido exteriorizarse en un mundo en el que luchar y trabajar es la ley.
Ya bien vencidas las dificultades técnicas, en los grabados de Galecio el espíritu trasciende el medio. La dura materia obedece y repite el mensaje con la misma ductilidad de la palabra. Si hay lucha y contradicción en estos grabados, no es al impacto del buril y de la madera, sino en el plan del espíritu. Ser artista en nuestra época es experimentar dos tendencias antitéticas. El ojo de Galecio, muy familiarizado con el arte moderno abstracto, sugiere un árbol por medio de una arabesca, geometriza el paisaje y a veces el cuerpo humano. Pero tales medios algo taquigráficos no pueden enunciar el mensaje que Galecio ideó como otra característica esencial de la obra de arte. Él quiere hablar, y hablar con elocuencia, no solamente del hombre sino de su lote terrestre, de sus trabajos, de sus penas, de las injusticias sufridas. Y tal ambición implica la rendición no solamente física, sino psicológica de su modelo, la expresión de cansancio en los ojos y de amargura en la boca. En Galecio hay dos seres: El uno, considerando líneas y áreas por sí, se satisface al urdir esta especie de encaje negro y blanco combinando y contrastando tinta y papel. El otro ser es casi desdeñoso del esotérico deleite del artista, y se empeña en expresar cosas amargas y justas. En cada grabado, Galecio eterniza su conflicto íntimo, y el resultado es algo dinámico, algo viviente, una obra de arte en la cual no se puede gozar en paz y quietud del arte por el arte, y en la cual el mensaje humano, por intenso y trágico que sea, toma matices inesperados de meditación más que de explosión, participa, a pesar de su contenido violento, en esta delectación íntima, la cual siempre coexiste con el verdadero arte.
El futuro y grandioso plan de Galo Galecio es hacer un inventario plástico de su país, Ecuador, no en términos pintorescos o turísticos, sino en simples términos humanos. No debemos desearle que encuentre pronto la paz que le falta ahora, porque esto significaría que una de sus personalidades ha sido vencida y neutralizada por la otra. Al contrario, es de desearle que, en cada uno de sus futuros grabados, se exprese más claramente todavía esta lucha entre forma y contenido, sin la cual su obra perdería su auténtico sello vital.
Parece cruel tal deseo, con su implicación de negarle al artista paz y contento interior, pero en la carrera escogida por Galecio, éxito significa un ascenso vertical con la acompañante negación de tanto que tantos confunden con el éxito.
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