Escritos Sobre Arte Mexicano |
Carlos Mérida, Maestro Consciente de su Arte
En una época en la cual los críticos mexicanos apenas si comenzaban a entender algo del impresionismo, Carlos Mérida, desconcertándolos, implantó, por sí solo, como un avanzado, la ideología y la plástica de un arte indoamericano, cuya fórmula había de servir más tarde para dar fama a más de uno de nuestros pintores.
Dotado de un gusto refinado e implacable, el artista eliminó de su obra, no solamente elementos pictoralmente bastardos, sino hasta recursos legítimos de los cuales se valen a menudo pintores verdaderamente íntegros. La importancia de estas limitaciones en Mérida es tal que un análisis de su credo estético debe comenzarse por una lista de los valores que el pintor deliberadamente NO ha querido usar, con lo que queda circunscrita y definida su originalidad.
No emplea perspectiva lineal, o sea, la convergencia de paralelas hacia un punto de fuga; tal perspectiva presupone un espectador inmóvil, pero Mérida, rechazando tal engaño, deshecha también el recurso de sugerir por el dibujo el espacio que rodea y aisla a los volúmenes; como corolario lógico, dibuja sus figuras de perfil o de frente, eliminando los tres cuartos a causa de las deformaciones de perspectivas inherentes.
No usa una luz con foco localizado; permea sus cuadros de una luz difusa la cual afirma el color local de los objetos, pero sin diferenciar los claros de sombra; esta nueva limitación le quita el recurso de imitar los efectos del sol, aunque escoge para pintar asuntos tropicales, y, sobre todo, le impide el modo más fácil de describir los volúmenes, es decir, exaltando sus contrastes de valor. Quizás para su mentalidad llena de escrúpulos el hecho de sombrear aparezca como un medio más bien propio del escultor.
Las líneas que prefiere Mérida se deben poco a la improvisación; prefiere el círculo y el óvalo y segmentos de ellos, y entre las rectas, las verticales y horizontales; cuando usa diagonales, lo hace con el cuidado de no contrastarlas; huye de toda sugestión dinámica. Su composición es voluntariamente primaria: un ojo mediano vertical y los lados simétricos o en variaciones sobre el tema. En fin, y quizás sea esto el sacrificio más radical, no quiere lograr efectos táctiles; los pigmentos puestos con cuidado, sin pincelada visible o en empaste, cubren la tela con uniformidad mecánica, sin quebrar ni esconder el plan físico del cuadro.
El mundo pictórico en el que se recrea Carlos Mérida deberíamos, con estos elementos, pensarlo como un universo sin espacio, sin volumen, sin luz localizable, sin imprevisto lineal, es decir, un mundo a dos dimensiones, sin movimiento, sin vida o peso, algo semejante al palé recortado, a un tapete o a un vitral. Pero Mérida, como buen previsor, ha sabido guardarse de tal derrota; en su "retirada estratégica" ha conservado intacto el elemento decisivo con el cual logra vencer: EL COLOR. El papel que el artista negó al dibujo lo encarga al color; con éste recrea espacio, volumen, movimiento, peso; hace arte total y al fin se beneficia su pintura por la pureza intachable y casi exagerada de sus medios.
De la geometría del color, más misteriosa y de más alcance que la de la línea, Mérida es maestro consciente y por eso le gusta que sea leve el andamiaje del dibujo. Su color, por muy complejo que sea, es homogéneamente mezclado; aislado, semejaría materia muerta, pero sobre la tela, de tono a tono, empiezan las reacciones ópticas y tales vibraciones, tales fronteras vivas entre colores ligan las partes del cuadro, le dan profundidad, volumen, vida, más que cualquier trabajo que pudiera realizarse sobre la tela misma.
Esta existencia óptica del cuadro es su fin legítimo y justo, al cual tendrá que subordinarse la existencia física del mismo. Carlos Mérida aplica esta ley al color desde que empezó a pintar, pero no es sino recientemente que, en progresión lógica, ensaya su aplicación al dibujo; en sus primeras obras la línea es de una geometría ortodoxa y su rigor mismo la exalta ópticamente hasta aminorar el papel del color, con lo que resulta cierto desentendimiento entre los distintos factores del cuadro; en sus últimos óleos y acuarelas la línea está trazada a propósito de un modo geométricamente deficiente: las curvas, las rectas se ondulan, se quiebran; el ojo rectifica tales líneas y la mente logra sin esfuerzo ver la imagen que sugirió, sin trazarla, el artista; línea y color tienen ya existencias de homogénea calidad.
En estos experimentos fructuosos llega a descomponer, en vista de su recomposición mental, no solamente línea y color, sino aun personajes enteros; emplea también, aunque sea con suma discreción, ciertas modulaciones dentro de un mismo color, cierto modelar del volumen bajo el disfraz de una imperfección técnica; gusta ya de la recomposición óptica del color y de algunos efectos táctiles por medio de un puntillismo sencillo y de pinceladas visibles.
Abriendo así un poco más el tesoro de sus recursos pictóricos, Carlos Mérida enriquece su arte sin desviarlo y nos acerca algo más a su contenido espiritual. Tal obra, aunque llena de reservas y de intimidad, es, en efecto, viva y palpitante, más allá de juegos de salón o de diversión de dilettanti. Quizá sin la plena conciencia del pintor, sus cuadros afirman a sotto voce, pero con grande convicción, la belleza del indígena, su equilibrio mental, su poder contemplativo; tal parece que al lado del "redimir al indio" de los políticos, Mérida nos propone, en correspondencia, la redención del blanco por el indio, lo cual, si halaga menos nuestro amor propio, se nos antoja, también, de no menos apremiante necesidad.
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