Escritos Sobre Arte Mexicano
Jean Charlot

Editado por Peter Morse y John Charlot

© 1991--2000
Peter Morse y John Charlot

Notas Bibliográficas
Índice


Para las Gentes de Buena Voluntad

No hay ningún misterio en el arte. Es la cosa más sencilla del mundo.

De un mueble, se sabe si es bueno o malo según la calidad de la materia (madera sin defecto y de grano resistente) y el modo de trabajarla (exactitud en el corte, solidez de las junturas). Y si el pulido es perfecto y el encerado concienzudo, se sabe que el artesano hizo lo mejor que podía. La belleza de la obra y la sabiduría del obrero se miden por la comodidad que tiene el objeto y será bella la silla en la cual se puede sentar uno cómodamente, con estabilidad perfecta y con un respaldo en el cual no molesten ni clavos ni esculturas.

Un microscopio, cuyo detalle es todo creado para su utilidad, se vuelve cosa estética. La belleza humana es igual: cada célula del organismo sirve bien al plan total. Lo horrible del ojo ciego está solamente en su inutilidad.

Aplicadas estas reglas a las obras de arte, a la pintura y la escultura, se sabe que son bellas cuando son hechas de buen material, trabajado para mejor servir su finalidad. El mármol, la madera, los colores son buenos si se conoce su origen y composición, su solidez y estabilidad. El trabajo del artista nunca debe aminorar o hacer desaparecer las cualidades naturales de la materia. Todo artista bueno aprende a respetarlas.

Pero sucede que hay un modelador que reproduce en tierra o en plastilina alguna cabeza humana: luego toma un pedazo de madera y con la ayuda de compás y de instrumentos complicados trata de borrar de la madera todo lo "maderesco" para que se parezca lo más posible a la plastilina. Si tiene éxito, destruye las cualidades nobles de la materia y las sustituye con las cualidades de otra materia inferior. Y lo mismo hace con la piedra.

Otros pretenden, cubriendo una tela con colores, abrir al espectador una especie de ventana por donde asoma un paisaje o algunas gentes. Claro que por la sorpresa del primer momento esto agrada al espectador, pero luego se cansa de tal ilusión inmóvil y prefiere con razón el cine, donde hay ilusión mayor y móvil.

Todos estos suplicios chinos, que pretenden cambiar unas cosas por otras, son la piedra filosofal de los imbéciles; y el artista malo trata las materias naturales, el mármol o los colores, como lo hacen los mendigos criminales con los niños que plagian: al crecer los deforman y llegan a ser monstruos, por cuyo medio reprobable atraen los tostones, pues despiertan por engaño el sentimentalismo de las masas.

Hay finalidades inmediatas: el cuchillo, corta; el agua, limpia. Otras son mediatas y no se suponen a primera vista, como la de la palabra; es ésta un ruido en el aire, pero ese ruido es un vehículo para el pensamiento y motiva la acción en quien lo oye. Palabras emitidas originan revoluciones.

La finalidad del arte pertenece a este segundo tipo: el ruido de la palabra es en pintura la representación de objetos exteriores. Esa representación, como el ruido, lleva en sí la idea y la idea origina la acción. La pintura que se limitara a la representación del universo plástico sería como la palabra de un loco-ruido-casco, que no encierra idea.

En los pensamientos mismos que despierta la pintura hay una jerarquía tan infinita como en la escala de Jacob. Muy abajo hay ideas-sensaciones (gula y lujuria). Cuadros de este tipo son propios de cafés y comedores: representan frutas, vinos y mujeres turcas, pero realmente es poco el gozo que pueden dar cuando se compara con los originales.

En otra categoría caen las escenas familiares, los gatos en su canasta, los retratos de parientes, etc. Sean pinturas o fotografías, son obras que despiertan el sentimentalismo, hermano "bien" del sensualismo.

Realmente ni las unas ni las otras son arte propiamente dicho. Éste empieza cuando la pintura es vehículo de ideas grandes que van más allá del goce egoísta, que unen a los hombres entre sí, los elevan y los preparan para las acciones necesarias. Todos los grandes pintores fueron pintores de este género, cada uno según las necesidades de su propia época.

En estos tiempos ha estado de moda decirles "pinturas" únicamente a las representaciones más vulgares: frutas y paisajitos; y menospreciar los grandes géneros en los cuales se han desplegado los pintores de todos los tiempos. Algunos hasta han pretendido organizar cuadros sin la evocación de algún objeto real. Tales excesos no pueden ser sino muy efímeros y no conviene darles importancia.

Entre el copista tonto y el pintor que no admite más que formas engendradas en su imaginación, cabe la doctrina más segura, respaldada por la tradición: el pintor, con el color, sugiere los objetos, ordenados de tal modo que contienen y difusan la idea.

No es de aconsejarse que el público entre a cuestiones y discusiones técnicas, aunque sea ésta la tendencia actual. Las repeticiones teatrales no necesitan del público y las bambalinas deberían de ser reservadas a los actores, electricistas, etc. Lo mismo en pintura: el trabajo del pintor queda como su secreto y que no se quejen los aficionados: la representación, a diferencia de las teatrales, nada les cuesta.

 

 

Pinturas Murales Mexicanas

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