Escritos Sobre Arte Mexicano
Jean Charlot

Editado por Peter Morse y John Charlot

© 1991--2000
Peter Morse y John Charlot

Notas Bibliográficas
Índice


Pinturas Murales Mexicanas

Conozco a unos mexicanos cultos que hicieron un viaje a Egipto para ver el Keops, pero nunca han ido a Teotihuacán, que bien vale Egipto.

En Italia visitan Pompeya admirando, y con razón, las pinturas que adornaban el exterior de las panaderías, los expendios de vino, etc. ¡Qué extremadamente refinada ha de haber sido aquella civilización para dejar obras de arte hasta en sus anuncios comerciales y en los graffiti dibujados por soldados ebrios!--dicen--; y suspiran los turistas por esas civilizaciones ya muertas e imposibles de resucitar.

Pero el México, el México de hoy, es estéticamente igual a Pompeya. En todo, en el mal gusto de los interiores adinerados y en el buen gusto de los barrios pobres. De un lado, las estatuitas de mármol italiano, los pianos Luis XV y los teléfonos Luis XVI. Del otro, una vitalidad enorme de creación plástica: las pinturas, ex-votos, retratos y pinturas murales; las esculturas; esos admirables juguetes, más bellos que lo chino antiguo; toda esa producción inclasificable con etiquetas, por ser tan actual; pero cuando estas generaciones hayan desaparecido será recogida con respeto en las colecciones de más fama, al lado de las mejores muestras del arte etrusco y de las artes asiáticas.

 

 

Pintor y escritor yo mismo, me duele decir que el noventa y nueve y medio por ciento de nuestras obras de gentes "cultivadas", reunidas en lo que se llama "exposición", no deberían de ser sino objeto de risa para los críticos razonables y para esos creadores del arte popular, algo así como el ilota que el amo emborrachaba para enseñarles a sus hijos lo repugnante de tal vicio.

No será el vino lo que afea tanto nuestras producciones, pero sí el amor al dinero y a la gloria de periódicos, de hipertrofia de nuestra originalidad, el odio profesional y, sobre todo, el orgullo, el orgullo de no sé qué, porque de haber aprendido tantas cosas incompatibles ya no sabemos nada.

La verdadera exhibición de arte está en la calle. Está en los puestos, en las pulquerías; y de saber verla comprendemos que nuestra única actitud DECENTE a su lado es la humildad.

 

 

No se trata para nadie ni de crear ni de resucitar el arte mexicano, que nació hace mucho tiempo y siempre ha gozado de muy buena salud.

Explicar las pinturas de pulquerías y carnicerías es una ridiculez que me evitaré. Basta verlas como pinturas y no como curiosidades folklóricas para gozar de su belleza.

Sus temas son infinitos, como los nombres mismos de las pulquerías; y qué ingenio debe tener el pintor llamado a ilustrar "La Memoria del Porvenir" y "Las Glorias de María Santísima" o "La Reforma de la Tambora". El amor, la guerra y la borrachera son los asuntos preferidos, por ser diversiones que a todos gustan.

El pintor, muy capaz de hacer obra original cuando se trata de un tema local, muchas veces, en alarde de elegancia o en busca de lo pintoresco, copiará tema extranjero. Pero hasta con los paisajes suizos, las postales de la gran guerra y los cromos germánicos, el artista hace obra mexicana; y pintando con deleite mujeres alemanas de tez color de rosa y cabellos de oro, hace pinturas tan genuinamente indígenas, como no son las representaciones de indios que yo mismo me obstino en crear.

 

 

Cuando el elemento decorativo, propiamente dicho, cuya función es ligar la pintura descriptiva con la arquitectura, lo forman elementos geométricos--generalmente de tres dimensiones--, esta decoración destruye ópticamente el plan de la pared misma para sustituirlo por un hermoso juego de planes de colores contrastados, que se entretejen en el espacio. Tal pintura iguala en osadía las más atrevidas creaciones de la pintura abstracta y presenta una resolución del problema decorativo, perfecta en sí, aunque incompatible con la de los decoradores a la Puvis de Chavannes, cuya mayor preocupación es, después de pintar, que quede la pared lo más igual posible a lo que era antes de decorarla.

Pero la importancia de esas obras reside, sobre todo, en el hecho de que son de las pocas pinturas de esta época que tienen una razón de ser y por ende el derecho de existir. Son las pulquerías con sus fachadas y sus interiores intensamente decorados una contestación práctica a las preguntas que se hacen sobre el porqué del arte.

 

 

Un escritor probó la utilidad de la poesía de este modo: un poema de amor, que declamó a su criada, de corazón poco sensible, conmovió a ésta tan profundamente que después de oírlo se precipitó en los brazos del poeta. Del mismo modo, la cosa pintada conmueve al espectador, lo mueve a la acción. El hecho de que más gente entra a beber en las pulquerías mejor pintadas prueba lo útil del arte; una pulquería sin pintar sería, comercialmente, un absurdo.

Esta atracción de la pintura no está especialmente ligada a los objetos representados; lo que atrae es, ante todo, la línea y el color y por esto le importa al dueño que sus paredes estén plásticamente bien cubiertas. La buena calidad de la pintura, como la del pulque, es para él un elemento de éxito. El tema mismo le es indiferente, y hasta puede ser bastante inquietante, al menos para el comprador, como en aquella carnicería de La Piedad sobre cuyas paredes los bueyes y los puercos están ocupadísimos en matar y comerse a los clientes de la casa.

Las pinturas de pulquería y carnicería, pinturas útiles y buenas, son una de las mayores glorias plásticas de México y de hoy. Un álbum sobre este tema, con buenas reproducciones, tendría un éxito internacional cierto. Pero ¡pobre del que se atreviera a hacerlo! Las gentes de buen gusto lo harían sufrir "por denigrar a México".

 


Prólogo: José Guadalupe Posada

Para las Gentes de Buena Voluntad

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