Escritos Sobre Arte Mexicano
Jean Charlot

Editado por Peter Morse y John Charlot

© 1991--2000
Peter Morse y John Charlot

Notas Bibliográficas
Índice


Prólogo a Retrato de la América Latina hecho por sus Artistas Gráficos

América Latina está integrada por tal variedad de tierras y climas, hombres y lenguas, que habría que remontarse a la estratosfera para poder abarcarla toda como una unidad. Unidad falsa, resultado de un visión esfumada por la lejanía, que funde los detalles en un todo brumoso y distante. Tan diferentes como la tierra misma son las artes gráficas de América Latina; es punto menos que imposible, por lo tanto, el intentar incluirlas todas en una breve introducción. Prefiero, ya que escribo desde México, hacerlo sobre las características que en el arte mexicano se acuerdan con las de sus vecinos; tratar de descubrir el común denominador--si es que existe un común denominador--que autoriza a agrupar las artes gráficas de veinte repúblicas bajo el título general de "Arte Gráfico Latinoamericano".

En América Latina, como en cualquier otra parte del mundo, hay artistas gráficos que sólo buscan los puros valores estéticos. Sus obras, en el muro de un salón de exposiciones, tienen un valor propio, independiente de la tierra que las vio nacer, y que encaja perfectamente dentro de una escala internacional de valores. No es necesario, por lo tanto, que nos extendamos aquí sobre su evidente belleza.

Otras obras, por el contrario, en lugar de ser los últimos delicados perfiles del vasto mundo de la cultura internacional, están enraizadas tan hondo en la tierra de América que es necesario, para comprenderlas, conocer bien el ambiente donde se han producido, que muchas veces difiere esencialmente del ambiente general del siglo XX. Voy a escribir sobre ellas, sobre todo aquello que puede no ser tan conocido para nuestros vecinos del norte, y dejaré a un lado las ideas, el arte y la cultura comunes a las dos Américas.

A pesar de ciertas semejanzas, existen diferencias fundamentales que originan dos conceptos distintos del arte al sur y al norte del Río Grande. Los Estados Unidos iniciaron su carrera artística como compradores. Aún hoy, sus ideas y sus valores artísticos están influidos por los problemas característicos de un mercado de obras de arte. Los pueblos de América Latina, más que compradores, han sido siempre productores. Su visión artística es la del creador y difiere por lo tanto de la de sus vecinos del norte.

El caso de los grandes murales de América Latina puede servir de ejemplo. La obra de los nuevos maestros muralistas no tiene salida ni precio en el mercado norteamericano debido a sus proporciones y a su estrecha unión con la arquitectura, a pesar de haber sido considerada siempre como "gran arte". Tampoco la producción menor de estos artistas--proyectos geométricos para muros de proporciones especiales, grandes bocetos al carbón, maquetas de bóvedas y cúpulas--han podido adaptarse al lecho de Procusto de los museos.

Las mismas diferencias fundamentales han creado una incomprensión semejante en el campo de las artes gráficas. El coleccionista norteamericano es, en general, un hombre rico que acapara tesoros artísticos en voluminosas carpetas, que abre en muy contadas ocasiones, y que está muy al tanto de lo que compran los otros coleccionistas. Cuando sus ejemplares son únicos, o casi únicos, se siente feliz. Al coleccionista, el ejemplar raro suele parecerle el más bello y, desde luego, siempre el más tentador. Es típico el caso ocurrido en una exposición de grabados en Nueva York. Entre las obras expuestas figuraba un dibujo al crayón señalado orgullosamente con este rótulo: "Retrato al crayón para pasar a la litografía; nunca llegó a pasarse". Tal vez se trataba del grabado más raro del mundo, más raro aún que "El Gigante" de Goya, más raro que las pruebas únicas: un grabado del que jamás se había llegado a tirar una sola prueba!

Menos al tanto de las triquiñuelas de los incunables, sin preocuparse de lo que los demás tienen o dejan de tener, incluso quizá con menos letras, el conocedor latinoamericano sabe que las artes gráficas son esencialmente las artes de la reproducción, de la multiplicación de la imagen, y afirma de plano, cortando de un tajo el nudo gordiano de la cultura quintaesenciada, que ese "grabado más raro del mundo" no es un grabado.

El coleccionista norteamericano se entusiasma con las puntas secas y los aguafuertes. No se puede negar que algunos son magníficos. Pero, por otro lado, no hay duda de que estas técnicas son el origen de una intrincada vegetación parásita de primeras pruebas, pruebas, avant-la-lettre, etc. Se cuenta que una vez el hijo de Rembrandt trataba de convencer a un editor de las buenas ilustraciones que podía hacer su padre; el editor no se dejaba convencer porque, según él, Rembrandt era sólo un aguafuertista. "Eso es falso" le contestó el hijo, deseoso de llegar a un acuerdo: "Todo el mundo sabe que mi padre es un grabador". El episodio, menos significativo de lo que parece para juzgar las ideas estéticas de los editores, nos habla de una vieja y sabia jerarquía de las diferentes técnicas del grabado. Es interesante subrayar que el punto de vista de los coleccionistas de hoy ha invertido radicalmente esta antigua escala de valores: el aguafuerte es hoy la técnica más apreciada, precisamente por ser el procedimiento menos práctico, ya que las planchas se gastan en seguida y, por lo tanto, se pueden tirar sólo unas pocas pruebas.

Y ésta es precisamente la razón por la cual los latinoamericanos prefieren el grabado en madera y la litografía. Con el primer procedimiento se pueden tirar miles de pruebas. La litografía, al contrario que el aguafuerte, mejora a medida que se hacen nuevas tiradas. Todo impresor profesional sabe que cuando se trabaja en piedra o en zinc solamente se obtienen pruebas perfectas y limpias después de haber tirado las primeras quinientas.

Aunque los impresores siguen usando planchas, emplean mucho más los bloques, debido a que el resultado tiene la misma calidad de la letra impresa. Si el bloque una vez grabado y los tipos tienen los mismos niveles, pueden tirarse al mismo tiempo la imagen y el texto--en ocasiones político, otras sentimental--, que ha de conmover el corazón del gran público, ya que en general estas ediciones van dirigidas a la masa y no a una minoría selecta. Las diferencias entre bois de fil y bois de bout no se tienen muy en cuenta. La idéntica calidad del grabado y la letra impresa llevan lógicamente a grabar en el mismo metal en que están cortados los tipos y de esta manera obtener una uniformidad de fuerza y desgaste.

En el siglo XIX las revoluciones han sido las inspiradoras principales de los artistas gráficos. Desde cientos de hojas impresas se apuntaba con el crayón litográfico al hígado de los enemigos políticos. Estos "Daumiers" latinoamericanos, algunas veces de la talla de un Villasaña o un Escalante, graneaban, barnizaban, grababan y entintaban sin descanso sus piedras litográficas. Muchas veces, como ocurría con Daumier, la policía callaba a golpes prensas y cabezas; otras, la victoria política barría de la escena al tirano; en ambos casos, el fracaso o la victoria acallaban por algún tiempo las filípicas. Miles de litografías--y entre ellas algunas verdaderas obras de arte--han nacido de la rabia, de la sed de justicia, a veces hasta de la pillería; muy pocas del puro afán artístico. El advenimiento de la rotativa llevó a la litografía al metal y la transformó en zincografía, sin perder por eso ni el vigor ni la fuerza, ni ese profundo e involuntario sentido de arte.

Al iniciarse el fotograbado, el proceso fotográfico eliminó al grabador del campo de las artes gráficas. A menos que se haga la misma salvedad que hubo de hacerse en el caso de los últimos "gilotipos" de Daumier y se decida que se trata de un error de clasificación, ya que con la nueva técnica la garra del artista sigue siendo evidente.

El cartel se adapta muy bien al clima benigno de América Latina, mejor aún que al de Francia, donde los "affiches" de Toulouse-Lautrec se deshacían bajo la lluvia en las húmedas fachadas de París. Por el momento, los carteles se siguen grabando en madera o en linóleo y a veces los graba la mano de un maestro. La reproducción en color resulta en la mayoría de los casos demasiado cara. De aquí que la escasez de la vida económica enriquezca las artes gráficas de América Latina con verdaderas obras maestras.

Para entender bien algunos de los grabados típicos de ciertos países latinoamericanos, es necesario recordar que la fuerza de la tradición local hace que se adapte la técnica gráfica de hoy a modelos centenarios. A veces el autor del grabado no es un artista popular. Aun en estos casos, para compenetrarse del todo con el espíritu de la obra es necesario llegar hasta lo hondo de la tradición popular.

Hay que admitir que es en parte retraso el desarrollo que aún tienen los oficios manuales en América Latina, donde se siguen usando el telar de mano y el torno de pie de los alfareros, muchos años después de haber sido sustituidos por máquinas en los Estados Unidos. Deberíamos añadir, sin embargo, que artísticamente los miles de láminas en color que tira por minuto una prensa gigante no tienen ese cándido carácter medieval que conservan las toscas hojas de a centavo. Sólo en el cielo y en las obras de arte el valor no se mide por el precio. En los museos se guardan como tesoros, no sólo por su escasez, sino también por su belleza, los pocos "santos" que quedan de los miles que se vendían en las ferias y romerías medievales de Europa. Imágenes ingenuas, grotescas, toscamente iluminadas, que traían visiones celestes a los ojos asombrados de los campesinos. Para ahorrarse tiempo y trabajo, y sin sospechar la perenne calidad de su obra, aquellos humildes artistas medievales grababan santos sin cabeza y sobre los mismos hombros anónimos iban añadiendo luego cabezas y leyendas de acuerdo con el santoral y el calendario. Las estampas así logradas eran de poco precio y de vida corta. Las pocas que hoy atesoramos han llegado hasta nosotros embadurnadas de capas de cola para reforzar y dar solidez a una vieja encuadernación o pegadas a la tapa del arca de una novia o del cofre de un marinero.

Las hojas de a centavo de América Latina conservan, por su función, ese mismo carácter medieval. Así, una dinastía de impresores populares, como es la de los Vanegas Arroyo de la Ciudad de México, ciñe la originalidad del escritor y del ilustrador a un ciclo consagrado e inmutable de conmemoraciones populares, políticas y religiosas. Cada peregrinación o cada revolución trae a la luz la hoja, el poema o la estampa que ha de satisfacer al romero o al insurrecto, que en muchos casos es el mismo hombre.

Don Blas, actual jefe de la casa, me hizo en una ocasión la lista de las conmemoraciones imprescindibles para el año de gracia de 1946, lista que describe mejor que cualquier teoría los objetivos que mueven a los impresores mexicanos.

 

Año Nuevo: Oración y alabanzas para el fin de año al Ser Supremo.

 

Enero 6: Los Santos Reyes.

 

Febrero 2: Oración y alabanzas a la Virgen de la Candelaria, D.F.

 

Semana Santa: Las siete Palabras.

Pésame a la Virgen de los Dolores.

Deprecación a la Virgen de los Dolores.

Visita de las Siete Casas.

Alabanzas a la Virgen de la Soledad.

 

Cinco de Mayo: Hoja patriótica.

 

Julio 13: Oración y alabanzas a San Antonio de Padua, que se venera en Calpulalpam

Despedimiento de San Antonio.

 

Agosto 15: Despedimiento y alabanza a Santa María.

 

Septiembre 8: Despedimiento, mañanitas, oración, alabanza y ejemplo a la Virgen de los Remedios, que se venera en su Santuario de Cholula.

 

Octubre: Despedimiento, salutación, alabanzas al Señor de las Tres Caídas, que se venera en Jalacingo, Estado de Vera-Cruz.

 

Octubre 12: Oración, alabanzas, visitas, mañanitas a la Virgen de Guadalupe.

 

Noviembre 1 y 2: Versos de las Calaveras.

 

Diciembre 16 hasta 24: Novena de las Posadas.

Aunque la política y las revoluciones no siguen un curso tan periódico como el año litúrgico, son anualmente un poderoso acicate de las artes gráficas. Una vez el artista graba la entrada triunfal en la capital del Presidente Madero, salvador de México--un gigante con chistera que sonríe a la multitud desde lo alto de un coche tirado por dos diminutos caballos. Tres años más tarde, Madero aparece como una calavera llena de gusanos.

El grabador popular no tiene hoy muchos más escrúpulos, si de ahorrarse trabajo se trata, que los que tenía el artista medieval que grababa anónimos santos sin cabeza. Una de las láminas de Vanegas Arroyo retrata una manifestación popular fiera y vociferante. Los manifestantes enarbolan banderas y estandartes--banderas y estandartes en blanco, donde se imprimen nuevos letreros, reaccionarios o revolucionarios, religiosos o anticlericales, de acuerdo con los acontecimientos de actualidad al hacerse la tirada.

Pero América Latina es también Indoamérica y el arte de grabar venido de Europa adquiere aquí un sentido misterioso que no tiene en su origen. Sin que los propios artistas sean conscientes de ello, en sus grabados y en sus litografías hay algo de la fuerza y la robustez del arte indio prehispánico. Hay también un sentimiento racial de la sangre y de la muerte en muchos grabados populares y cultos, modernos y antiguos. Algo que relaciona los frescos mayas de los sacrificios humanos de Chichén Itzá con los vasos aztecas para guardar los corazones de las víctimas humanas, los Cristos escuálidos por cuyas costillas descarnadas resbala la sangre y las estampas políticas de hoy en que un tirano cualquiera hinca su bota sobre un montón de cadáveres de un realismo que va mucho más allá de la figura retórica.

He señalado hasta ahora ocultas diferencias de raza y estilo. No he hablado, sin embargo, de algo que es evidente a primera vista: la diferencia de los temas. Escribo estas líneas situado espiritualmente en la frontera entre dos grandes civilizaciones, donde la palabra pintoresco pierde su sentido o adquiere un double entendre. No hay duda de que el turista encuentra pintoresca a América Latina y se deleita con todo lo que tiene color y carácter. Debería desconfiar, sin embargo, de los infinitos libros y grabados que exaltan lo típico, en los que a fuerza de sombreros, rebozos, sarapes, guaraches, bordados populares y detalles tropicales, hombres y mujeres han llegado a perder su sentido humano. No hay que olvidar que la América anglo-sajona es fácil compradora y que, por lo tanto, aún entre los verdaderos artistas, la tentación de hacer grabados que respondan a la idea que muchos tienen de lo que debe ser un grabado latinoamericano es muy grande.

Los artistas latinoamericanos, amigos míos, hechos a las peculiaridades de sus países, encuentran a su vez que Nueva York es extraordinariamente pintoresco. Porque ¿a quién se le ocurre vivir en esas colmenas verticales, unos encima de otros, en pisos y pisos que llegan a las nubes, cuando el monte y la pampa se despliegan alrededor horizontalmente hasta perderse en el infinito? ¿Y a qué viene el abrirse camino entre montañas de nieve cuando el buen sol calienta medio continente? Pero lo más pintoresco para el artista latinoamericano es la Calle 57, donde el arte se guarda en salones tapizados de terciopelo rojo y tiembla en los letreros de neón, y donde a "santos" iguales a los que compran los indios por unos centavos en cualquier peregrinación se les pone cuidadosamente un paspartú, se les pega una etiqueta, se les marca el precio que corresponde a un objeto curioso y se guardan en carpetas donde se ahoga para siempre su sentido religioso.

Hoy algunos grabadores han dejado las alabanzas del Señor por el credo marxista. Los autores de estas nuevas obras, también baratas e impresas en masse para que lleguen a todas la manos, son los mismos artistas que pintaron muros y muros con idéntico propósito. Hacia mil novecientos veintitantos, El Machete y otros periódicos publicaron grabados en madera que son verdaderas obras maestras del nuevo estilo, hoy difíciles de encontrar, ya que muchas de aquellas hojas acabaron en el cubo de la ceniza. Quizá algunos sirvieron para reforzar una encuadernación o para adornar un arca y un buen día serán descubiertos con inmenso placer por el conservador de algún museo.

Después de siglos, el coleccionista, olvidado del sentido religioso de las imágenes medievales, admira la armonía de las fuertes líneas que definen el abstracto zigzag de los pliegues y se recrea con el carmín de los goterones de sangre toscamente iluminados que chorrean de la cabeza partida de un mártir, sin ver el martirio. La ideología marxista de muchos de nuestros artistas contemporáneos podrá borrarse aún más completamente estando como está relacionada con la tierra y Das Kapital y no con la eternidad de los cielos, pero el puro valor plástico de su obra será más evidente.

Estos grabados, nacidos de un propósito que no es el estético, plantean una vez más el antiguo dilema de l'art pour l'art y al mismo tiempo lo resuelven. La verdadera emoción deja una huella de líneas, matices y colores muy honda, sobre todo cuando se trata de expresar un propósito combativo. Una vez acabado el combate con la victoria o con la derrota, líneas, matices y colores conservan el calor y la vibración de la lucha cuando ya no se recuerda ni el motivo por el que se luchaba.

Cualquier intento de definir por qué América Latina crea sus grabados con un ritmo distinto al de los Estados Unidos está llamado a desorientar a los latinoamericanos y a dar a los sajones una impresión de falso arcaísmo. Sin embargo, hay muchos más puntos de contacto entre las dos Américas que diferencias. Aparte del arte, un mismo sentido de la vida, nacido del primer choque del colonizador con las grandes extensiones desconocidas, une al norte y al sur más íntimamente que cualquiera de ellos está unido a Europa.

Cuando pienso en estas dos Américas me gusta recordar el episodio bíblico de Marta y María; Marta, práctica, arregla sus ollas y pucheros con eficacia "sajona"; María, "latina" y mística, deja vagar su imaginación mucho más allá del mundo cercado por las reglas de la buena ama de casa. Marta se queja de la aparente inutilidad de su hermana y María se cansa de oír el ruido de los cacharros de la cocina. No hay duda que se pueden subrayar diferencias de vida y de temperamento, pero no debemos olvidar que Marta y María son hermanas. Y hermanas que viven bajo un mismo techo.

 

Prólogo: Alfredo Zalce, Estampas de Yucatán

Mowentihke Chalman/Los Peregrinos de Chalma: Pieza para Muñecos

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