Escritos Sobre Arte Mexicano
Jean Charlot

Editado por Peter Morse y John Charlot

© 1991--2000
Peter Morse y John Charlot

Notas Bibliográficas
Índice


 

Un Escultor: Manuel Martínez Pintao

Hay en México numerosos modeladores, algunos de gran talento, pero ESCULTORES no conozco más que a Manuel Martínez Pintao.

Se trata en efecto de establecer una diferencia entre los que trabajan el barro con todas las posibilidades de agregar o de tronchar hasta la más completa satisfacción en el acabado de la obra y los que sobre una materia dura (madera o piedra) tallan DIRECTAMENTE, sin el modelo delante de los ojos, sin la facilidad de agregar cuando ya se ha levantado un pedazo, y sometiéndose a todas las leyes orgánicas de la materia empleada, venas y nudos en la madera y grano en la piedra.

En efecto, este diferenciamiento entre unos y otros no se explica únicamente por la diversidad en los métodos de trabajo, lo que no interesaría más que a los profesionales, sino también en que las obras realizadas en estos dos géneros son muy diferentes las unas de las otras, y a este título tal aclaración toma valor público.

Los MODELADORES, en efecto, una vez realizada definitivamente su estatua o modelo en barro, la reproducirán o la harán reproducir sobre alguna materia dura, sea fundiéndola en bronce, sea tallándola en piedra, pero todo el trabajo consistirá en copiar lo más atinadamente posible hasta igualar la estatua de materia definitiva a la estatua de barro. Tal trabajo mecánico en su casi totalidad puede ser hecho por practicantes, sin la ayuda del artista, valiéndose de instrumentos especiales y de medidas convenientemente escogidas. Se puede, pues, suponer que su única finalidad es ilógicamente la de transportar, cuando menos en apariencia, las cualidades del barro: materia pastosa y dúctil de débil densidad a la materia definitiva, madera o piedra, suprimiendo, por lo mismo, las cualidades reales y particulares en esas materias: dureza, resistencia al tallado, gran densidad.

El ESCULTOR elige primero la materia a trabajar y da las cualidades propias a su naturaleza; deberá hacer brotar, lógicamente respetando las leyes orgánicas, la manera misma de tallarla, a la cual están ligadas estrechamente la apariencia de la obra acabada y su estilo. Para tales hombres (a quienes frecuentemente se les nombra con desdén "ARTESANOS"), el sujeto no puede ser concebido independientemente de la materia con la cual será configurado, puesto que un mismo sujeto será concebido en un estilo diferente según la materia en que se halla.

Esto respecto a la materia es perfectamente lógico; es evidente que una estatua, por bella que sea, es orgánicamente de la misma materia que en estado bruto, siendo sus leyes de resistencia y duración las mismas. Esto es lo que a Miguel Ángel lo hacía decir (aunque personalmente no haya seguido tan juicioso consejo) que una estatua de piedra, para ser buena, debía de estar en condiciones de rodar desde lo más alto de una montaña hacia la planicie, sin destruirse y sin separársele una sola partícula, queriendo significar con esto que la piedra trabajada debía, como primera cualidad, conservar la misma de la piedra en bruto, o sea, la estatua tan sólida como la roca.

Una ley tan tiránica implica de parte de un escultor un verdadero ascetismo y una muy grande humildad en el ejercicio de su profesión. Deberá someter su inspiración y concepción mental de la obra a las posibilidades de la ejecución. La ley de HOMOGENEIDAD DE RESISTENCIA en la obra le imposibilita, por ejemplo, para representar una mano cuyos dedos estén aislados, porque la piedra o la madera en un tan pequeño volumen débilmente ligada a la masa estaría destinada a romperse fácilmente.

La ley del RESPETO ORGÁNICO a la materia lo obliga también a modificar la obra en ejecución si se presenta una anormalidad: nudos en la madera, venas en la piedra, y en lugar de esconderla o de suprimirla tratará de utilizarla e inclusive de situarla como valor plástico.

En fin, LA LEY DE ESTABILIDAD, tan tiránica en escultura como en arquitectura, le obligará a calcular con esmero el centro de gravedad y la base de sustentación, así como los perfiles normales de cada materia, siendo cánones comparables a lo que se ha llamado la inclinación natural de los terrenos.

Es cierto que el escultor dotado concebirá la obra ya henchida de estas diversas cualidades y así tales leyes son, al mismo tiempo, la traba con la que tropieza el amateur y la base sobre la cual el profesional edificará su obra con toda estabilidad.

A todas estas reglas, si se trata de "bajo relieve", género que nos ocupa especialmente aquí, se añadirán las reglas de composición comparables a las de la pintura, y que se pueden llamar brevemente EQUILIBRIO ÓPTICO, teniendo como objeto la simetría y la repartición de masas, estas masas debiendo diferenciarse entre sí por sus diversas CALIDADES TÁCTILES, porque el escultor no puede como el pintor recurrir a colores y a valores para diferenciarlas. Estas calidades son lo terso y lo áspero en sus diferentes formas: plana, cóncava y convexa.

Tales son los elementos austeros con los que debe contar el escultor para producir su obra.

Gran importancia tiene la elección de materiales de donde depende todo el estilo de la obra y que el artista debe tener en cuenta aún antes de la concepción mental del sujeto. Es por esto que los verdaderos escultores eligen siempre con gran cuidado la piedra o madera que deben utilizar; saben bien que con un buen material su obra aumentará en hermosura. Los egipcios y los aztecas elegían siempre piedras duras, que presentaban más dificultad, pero eran más susceptibles a un pulido admirable. La elección de una madera, en la que no solamente la veta, sino aun el dibujo natural de sus venas tiene un papel muy importante, exige todavía un discernimiento más perfecto.

Poseemos en México un escultor cuyas obras son la más viva ilustración de todo lo que antes he enumerado: Manuel Martínez Pintao es un desconocido para casi todos; esto se deberá probablemente a que nadie ha tenido un interés productivo en darlo a conocer. Él, demasiado preocupado por su obra, profesa por la publicidad una indiferencia un poco desdeñosa… Es, pues, de justicia colocarlo en el verdadero lugar que le corresponde y que es de gran importancia.

Realiza el hecho felizmente anacrónico de continuar en nuestra época de improvisación y de carteles comerciales la obra concienzuda, lenta y tenaz, de los artesanos de la época colonial. No es un inocente, como algunos nos han pretendido considerarlo, sino un hombre perfectamente apegado a su oficio y que realiza su obra con el conocimiento pleno de su valor y la razón de su estilo; si ha encontrado proporciones, actitudes y apariencias que parezcan tomadas directamente de tallados coloniales, es porque no podría ser de otro modo, pues conoce la ley que establece que para los mismos problemas de oficio se imponen las mismas soluciones.

Sus bajo-relieves, en general, son sobre un tema piadoso: reproducimos aquí una Inmaculada Concepción, una Sagrada Familia y una Purísima. Se advierte en ellos que todos los detalles son observados de espectáculos cotidianos: hojas de árbol, un nido, un huso, vestiduras sencillas, cuerdas anudadas; y sirviéndose de estos elementos, sin buscar ni lo exótico ni lo raro, compone sus pequeños cuadros con una emotividad tan profunda y simple.

Es que en efecto todo es bello a nuestro alrededor. Para ver esta belleza, basta con depurarnos mentalmente, simplificándonos hasta la inocencia verdadera, y quedaremos entonces deslumbrados por el espectáculo cotidiano que hasta entonces nos había permanecido oculto a causa de nuestro orgullo de "ARTISTAS" y de nuestros prejuicios de hombres "CULTIVADOS".

 

El Movimiento Actual de la Pintura en México

Carta al Sindicato de Pintores y Escultores Revolucionarios

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