LA PINTURA MURAL DE MƒXICO, 1920-1924[1]
Por ese
tiempo, JosŽ Clemente Orozco, pintaba el primer tramo del primer piso de la
Escuela Nacional Preparatoria. Siqueiros daba principio a la pintura de la
peque–a escalera en el segundo patio, Alva de la Canal y Ferm’n Revueltas
segu’an trabajando en el vest’bulo, Cahero se preparaba a destruir la pintura
que ya hab’a terminado en la parte lateral de la escalera principal de la misma
escuela, para que Orozco pintara en ese mismo lugar. El grupo que hab’a
comenzado con Rivera, Charlot, MŽrida y Guerrero se hab’a agrandado,
convirtiŽndose en lo que m‡s tarde fuera el Sindicato de Pintores y Escultores.
Pol’ticamente el grupo se hab’a colocado a la vanguardia y m‡s pintores as’
como intelectuales se agregaron. Casi todos los d’as el grupo se reun’a para
planear y cambiar ideas, algunas veces en una de las Oficinas de la Secretar’a
de Educaci—n, en otras en la casa del mismo Rivera y frecuentemente se daban cenas y banquetes a funcionarios pœblicos. Estas
reuniones no siempre terminaban bien, pues Rivera o Siqueiros propugnaban por
obtener la direcci—n del grupo.
En cierta ocasi—n los Estudiantes de la Escuela preparatoria,
decidieron tomar parte activa en contra los pintores y comenzaron a destruir
los murales de Orozco, quien notific— al grupo de pintores, quienes a su vez
iniciaron una protesta contra los actos de vandalismo de los estudiantes. No
todos los miembros del grupo respaldaron a Orozco (Diego entre otros). Con este
incidente, la rivalidad que ya exist’a entre Orozco y Rivera se manifest—
claramente.
Trabajaba yo entonces con Carlos
MŽrida, cuando el Lic. JosŽ Vasconcelos me pidi— le hiciera un proyecto
para decorar la Biblioteca Principal de la Secretar’a de Educaci—n. En forma
simple, proyectŽ lo que a m’ me pareci— deber’a ser la decoraci—n de esta
Biblioteca, en realidad el problema no presentaba grandes dificultades, pues el
espacio en que deber’a ir la pintura era realmente reducido. Los muros estaban
divididos por grandes ventanas las cuales se encontraban a unos ocho pies de
altura desde el suelo. Entre cada una de estas ventanas, el espacio que estas
dejaban, era suficiente para poder pintar una s—la figura. Por lo tanto, planeŽ
una figura monumental en cada uno de los panos del muro y estas figuras ser’an
como de doce pies de altura. Cada una de las figuras representar’a las varias
razas de que esta poblada centro y Sud-amŽrica, mi intenci—n era
representar con ello el titulo que se la
hab’a dado a esta
biblioteca, tengo entendido que este era: Biblioteca de las AmŽricas o
Biblioteca Ibero-americana.
Con la ayuda de V’ctor Reyes y otro ayudante, tomŽ medida de los
muros, despuŽs, realicŽ con bastante cuidado y exactitud el primer boceto al
que despuŽs de cambiar la coloraci—n total repetidas veces, se lo presentŽ al
Lic. Vasconcelos, quien despuŽs de estudiarlo me pidi— se lo ense–ara a Rivera.
Por este tiempo ya Rivera se dispon’a a pintar sus primeros frescos de
la Secretar’a, ya Charlot y Amado de la Cueva hab’an terminado los
suyos en el segundo patio de la propia
Secretar’a. (Charlot hab’a terminado el primer fresco en la Escuela
Preparatoria que se hiciera entonces.) Rivera
con Xavier Guerrero experimentaba la pintura al fresco. Unas veces a–ad’a
materias diversas al enjarre del muro, en otras Guerrero pulimentaba la pintura
o la tarea de cal y arena antes o
despuŽs que Diego pintaba. Tal era el estado de cosas cuando yo presentŽ a Rivera el proyecto para la Biblioteca,
despuŽs de verlo me dijo que le parec’a bastante interesante, pero que dudaba
que Vasconcelos me dejara pintar en fresco. (Yo aprend’ la tŽcnica del fresco de Charlot por primera vez y despuŽs de
Alva de la Canal y Revueltas). Las
razones que me diera, era que el Ministro deseaba terminar cuanto antes la
Biblioteca y despuŽs, en vista de que los muros ya estaban terminados, ser’a
muy dif’cil que me dejara destruirlos, en vista de que para pintar al fresco,
tendr’a que remover las superficie de las paredes. Por lo tanto, decid’ a
pintar los muros con tŽmpera. Mientras los andamios eran construidos,
experimentando varias tŽcnicas, buscando una tŽmpera bastante durable, me
propuse usar la tŽmpera a base de case’na. DespuŽs de hacer el primer dibujo a
escala del muro, comencŽ la figura principal, trabajando d’a y noche, rodeado
por grandes cantidades de libros, estantes y muebles de la Biblioteca, mis
ayudantes y yo trabajamos.
Cuando la pintura estaba a medio comenzar, Rivera que ya se hab’a enterado de que est‡bamos
pintando se present—... Siempre recordarŽ lo que Diego me dijo: "Amero, lo
felicito
por que esto es en realidad, lo m‡s mexicano que hasta ahora se ha
pintado"..... Naturalmente tales palabras me alegraron y decid’
poner todos mis esfuerzos por que la decoraci—n
fuera una de las mejores.
Pero,É..precisamente el mismo d’a, por la tarde el Lic. Vasconcelos
nos hizo una visita y sin mas pre‡mbulos, con la manera que le
caracterizaba, me dijo que era necesario yo dejara de pintar las paredes de la
Biblioteca. Como yo le preguntara cu‡les eran las razones, enfurecido me dijo
que el no ten’a que darme ninguna, pues Žl era el Ministro y que Žl ya estaba
cansado de tantos indios que estaban siendo pintados. Me dijo que si yo quer’a
seguir trabajando deber’a hacer cosas m‡s importantes que indios, por ejemplo:
La Iliada de Homero, en lo cual podr’a usar figuras cl‡sicas griegas, o la Vida
de Don Quijote de Cervantes, etc........y esa misma noche, los andamios,
escaleras y pinturas eran retirados de
la Biblioteca.
Semanas m‡s tarde, principiŽ un boceto para el retrato de Don Quijote,
segœn las instrucciones que me fueron dadas para la ejecuci—n de este trabajo.
Estas consistieron en lo siguiente: La pintura deber’a de ser hecha en aceite,
el tiempo que deber’a de tomar para realizarla, no mas de sesenta d’as y el
trabajo deber’a ser supervisado por el Lic. Torres Bodet, quien en este tiempo
era el Jefe del Departamento de Literatura. Afortunadamente para m’, tal
pintura se qued— solamente en forma de boceto, pues Žste no fue aprobado por el
Sr. Bodet, quien encontr— que el Quijote estaba demasiado realista, pues
deber’a de d‡rsele un car‡cter m‡s noble y digno. Quiz‡s esto era cierto, pero
la verdad es que yo no sent’a mucho entusiasmo por el proyecto en cuesti—n, por
lo que sin protesta ni defensa alguna abandonŽ la idea.
D’as mas tarde, juntamente con MŽrida (quien hab’a terminado la
peque–a biblioteca para ni–os), Charlot, Guerrero, trabajaba en los frescos del
segundo patio, en el segundo piso y que consisten en los escudos de los varios
estados de la Republica de MŽxico. De estos, seis fueron pintados por m’.
DespuŽs de haber terminado este trabajo, Orozco quien se encontraba
sin ayudante me invit— a tomar este puesto, cerca de seis meses trabajŽ con Žl,
en los muros de la Escuela Preparatoria.
En el a–o de 1925, emprend’ un viaje a la Habana, Cuba, donde despuŽs
de vivir por cerca de un a–o, me dirig’ a los Estados Unidos del
Norte.
El relato de mis actividades como lit—grafo, data en realidad desde la
fecha en que tuve la buena ventura de conocer a Jean Charlot.
Por aquellos a–os (1921), estudiaba yo en la vieja Escuela de San
Carlos y en cierta ocasi—n en una de las veces en que yo fuera a la Biblioteca
de la Escuela, el bibliotecario, el Sr. Picase–o me present— con Charlot. (La
biblioteca estaba por adquirir una publicaci—n de Charlot, que consist’a en un
Via-crucis realizado en grabado en madera). El car‡cter de Charlot, amable y
generoso, me hizo apreciarle y tomarle r‡pidamente cari–o. Muchas fueron las
veces que el me invit— a su casa, recuerdo perfectamente las varias veces que
dibujamos del mismo modelo y as’ es como en cierta ocasi—n, caminando por la
calle, Charlot y yo nos detuvimos frente a la casa de un impresor. En la
entrada, pegado a lo que fuera el cancel, hab’a unos carteles anunciando
pel’culas italianas que por aquel entonces estaban de moda. PreguntŽ a Jean, de
si hab’a raz—n por que nosotros no podr’amos hacer lo mismo, es decir; dibujar
de la misma manera con que estaban hechos los carteles. Muy pronto Charlot y yo
est‡bamos platicando con el impresor y unos d’as m‡s tarde Jean en un lado y yo
en el otro, dibuj‡bamos en una piedra litogr‡fica. Si mal no recuerdo, Charlot
hizo un retrato del escultor Pintao.
Razones econ—micas impidieron en mi caso, que continuara haciendo
litograf’as y m‡s tarde cuando lo intentŽ, el impresor hab’a desaparecido.
No si no hasta el a–o de 1929, en New York, el impresor Miller, es
cierto, imprimi— para m’ varias litograf’as. Sin embargo, debo aclarar aqu’,
que ninguna ense–anza personal me imparti— el Sr. Miller, pues es verdad que
nunca estuve en el taller de este famoso impresor, sino que por conducto de su
ayudante, Žste me tra’a y llevaba las piedras litogr‡ficas, as’ mismo como las
impresiones.
Con libros y tratados sobre el mŽtodo de impresi—n litogr‡fica, con
observaciones y experimentos realizados por m’, regresŽ a MŽxico, donde en la
misma Escuela de San Carlos, establec’ en el a–o de 1931 un taller de litograf’a.
Fue en este taller, donde j—venes pintores dieron sus primeros pasos
en litograf’a, entre otros: Zalce, Chavez Morado, Pujol, Bracho,
Dosamantes y otros. Desde entonces
hasta la fecha, yo sigo haciendo litograf’as y las imprimo yo mismo.
[1] A five-page typescript in the Jean Charlot Collection, written for Jean CharlotÕs The Mexican Mural Renaissance: 1920Ð1925, Yale University Press, New Haven and London, 1963. Copyedited by John Charlot.